Un escrito

Cuando publiqué, y vi lo que todos podían ver, me di cuenta que todavía tengo ideas de este mismo tema, el que tengo frente a mí... terminado.

Hay quien escribe poemas, a mí ya no me gusta hacerlo. Otros escriben novelas y, como ocupan el último lugar de mi lista de lecturas, prefiero no escribirlas. Lo mío son los ensayos... la redacción libre. Buscar las palabras que mejor describan mi opinión de... de lo que sea, lo importante es que mis ideas tengan en el escrito la posibilidad de dejar de moverse para concretarse... aunque nunca lo hagan.

Cuando digo "publiqué" no quiero decir que lo hice público, sino más personal porque pude leer lo que pensaba cuando lo escribí. No necesariamente igual a lo que pienso con ese escrito al estarlo leyendo.

Creo que eso es lo malo. Al escribir debemos abandonar nuestro escrito y nunca volver a él... por lo menos como escritores. La única oportunidad que tendremos de volver a la escritura es que escribamos de nuevo, otro escrito aunque hable de lo mismo, pero será otro.

Hasta que yo vuelva a escribir me convierto en lector. Me toca a mí hacer hablar a los escritos - míos, de amigos o ajenos -. Yo lector en mi lectura, como antes el escritor en su escritura, debo hacer que las palabras se muevan y debo darle una nueva voz al escrito para que hable y resurjan en mí las ideas... aunque el escrito no sea mío.

Por eso es que una lectura se convierte en muchas. Tantas como haya lectores que la tengan en frente. Una sola lectura nunca se leerá dos veces igual... ni por el mismo que la escribió.

La escritura, en cambio, es solo una: el momento en que ordeno mis ideas en palabras y las transfiero al escrito para publicarlo... y abandonarlo. Después ya no soy el que habla, sino el que habló. Quien lo puede hacer ahora es el escrito que publiqué, pero en él, las palabras que alguna vez se movieron para hacer un ensayo - o un poema o una novela o lo que sea - están hoy inmóviles, en silencio... en espera de una nueva voz.

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